Siempre
fui muy tímida a la hora de mostrar mi cuerpo ( tengo los pechos bastante
grandes y me sentía incómoda), tanto entre amigas como en las relaciones sexuales,
y lo mismo ocurrió la primera vez que fui a un gimnasio al que me apunté hace
un par de veranos. Era mucho más grande que el que estaba acostumbrada a ir y
estaba un poco más lejos de mi casa por lo que tenía que ducharme allí. Me sorprendió
la irrelevancia que tenía para aquellas tías el andar desnudas de un lado a
otro por el vestuario con tan sólo, algunas, una toalla en la cabeza. Las
primeras veces me sentí intimidada y yo me tapaba con la toalla para ir de las
taquillas a la ducha y de la ducha a un vestidor. Día a día empecé a sentirme
atraída por algunas mujeres, había cuerpos tremendos, las mayas ajustadas,
pechos perfectos. Sentadas echándose crema. Lo cierto es que me ponían muy cachonda.
Un día decidí armarme de valor y me desvestí donde las taquillas, me fui a la
ducha y en vez de dejar la toalla en la puerta la dejé en un colgador de la
entrada para tener que pasearme desnuda al menos, un tramo más. Me sentí
observada y eso me ponía aún más cachonda. Me metí en la ducha y empecé a
frotarme los pezones para endurecerlos, me apreté las tetas como si otra mujer
me estuviera tocando y bajé lentamente una mano hacia mi coño hasta meterme un
par de dedos. Cogí la alcachofa y me la acerqué a él poniendo el agua a máxima
fuerza mientras me frotaba el clítoris. Cogí el cepillo de pelo con el otro
lado y me lo introduje sin parar de frotarme. Se escuchaban ruidos, pasos, imaginaba
que me miraban por el hueco de la mampara. Estaba excitadísima. Me corrí. No es
lo mismo que en seco, pero la sensación fue impresionante. Aun así tenía
curiosidad por probar una cosa. Levanté la pierna derecha y la apoyé en la
esquina, la otra pierna la abrí lo más posible y tiré mi cuerpo hacia delante
mientras me metí el mango del cepillo por el culo. Seguía lubricada, pero igual
me costó. Simplemente quería probar la sensación y no me llamó la atención así
que paré. Terminé de ducharme y salí desnuda a por la toalla, la cogí con la
mano y me fui a las taquillas. Seguía desnuda. Me eché crema por el cuerpo y ya
por fin empecé a vestirme sin la necesidad de irme al vestidor. Me masturbé en
esas duchas casi todos los días que fui a ese gimnasio y desde esa experiencia
a veces me siento muy atraída por algunas mujeres.
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